Pillada: sorprender a alguien en un engaño o haciendo algo.
Pues sí. Varias veces en mi vida he sido víctima de la frase '¡¡Menuda pillada!!'
En mi caso, como hace años que soy muy buena y me comporto de forma excepcional, la mayoría de las veces que me han cogido con las manos en la masa haciendo "algo", mis padres y la edad del pavo eran elementos indispensbles de ese pilladón.
Malditos padres... convencida estoy de que si les diesen a elegir entre los recuerdos del día de tu nacimiento o los de estas situaciones vergonzantes elegirían lo último. 'Aún te vislumbro como si fuera ayer escondido en el baño con aquel cigarrillo...' - serían capaces de decir en su lecho de muerte.
Hoy no contaré aquí ninguna de esas anécdotas que NO quedaron en el olvido. Sí lo haré con una que ocurrió hace poco. Pero ojo. En esta ocasión no fue a mí a quien se le hizo un pilladón del quince. ¿La protagonista? Mi perra Lula.
Es conocido en nuestra casa que en cuanto alguien sale por la puerta del piso dejándola sola, el endemoniado bichejo se traslada de su camita, esa en la que parecía estar tan cómoda antes de irnos, al sofá. Y allí parece estar roncando durante horas, porque cuando regresamos, a pesar de encontrarla en la puerta de casa recibiéndonos con cariño, si tocamos con la mano la parte del sofá donde ha estado, arde tanto que se podría freír un huevo allí mismo.
Ella sabe que lo sabemos y sigue haciéndolo. Pero tenemos una especie de acuerdo. Puede mancillar ese pequeño espacio, pero jamás en nuestra presencia. Es por eso que nunca hemos llegado a ver cómo lo hace.
Pero cuando estuvimos de vacaciones, Lula sí sufrió por fin un pilladón.
Estaba en otro entorno, otra ciudad, otra habitación... no había sofás, solo dos camas. En cuanto nos fuimos y se quedó allí, escogió rápidamente una de ellas para descansar plácidamente en su soledad.
Y esto ya pasaba de castaño oscuro. Dejamos una cámara de vídeo grabando para ver qué ocurría cuando nos íbamos de la habitación. Al regresar, comprobamos que la perra de ella no tardó ni un minuto en dirigirse a la puerta, ver que no se oía nada y tranquilamente ir a la cama y subir de un salto, donde estuvo quieta como una estatua a lo largo de toda la grabación.
Tres cosas diré para concluír este entrañable relato:
1. Todo esto no sirvió absolutamente para nada, ya que ella jamás sabrá que fue víctima de un pilladón del quince.
2. Imaginemos por un momento que al reproducir la grabación nos hubiéramos encontrado con que la señora de la limpieza o la recepcionista habían entrado en la habitación y habían estado, qué se yó, probándose mi ropa o duchándose en nuestro baño. Un fiestón, ¿eh?
3. Las fotos que hoy os enseño se realizaron allí, en la hostería donde nos alojamos. Mientras Lula, un poco más arriba, estaría haciendo lo que todos ya sabemos.
La hostería se llama Posada Las Viñas. Nos trataron muy bien y os la recomiendo si visitáis Noja. Además, nadie apareció en aquella grabación;)
Pues sí. Varias veces en mi vida he sido víctima de la frase '¡¡Menuda pillada!!'
En mi caso, como hace años que soy muy buena y me comporto de forma excepcional, la mayoría de las veces que me han cogido con las manos en la masa haciendo "algo", mis padres y la edad del pavo eran elementos indispensbles de ese pilladón.
Malditos padres... convencida estoy de que si les diesen a elegir entre los recuerdos del día de tu nacimiento o los de estas situaciones vergonzantes elegirían lo último. 'Aún te vislumbro como si fuera ayer escondido en el baño con aquel cigarrillo...' - serían capaces de decir en su lecho de muerte.
Hoy no contaré aquí ninguna de esas anécdotas que NO quedaron en el olvido. Sí lo haré con una que ocurrió hace poco. Pero ojo. En esta ocasión no fue a mí a quien se le hizo un pilladón del quince. ¿La protagonista? Mi perra Lula.
Es conocido en nuestra casa que en cuanto alguien sale por la puerta del piso dejándola sola, el endemoniado bichejo se traslada de su camita, esa en la que parecía estar tan cómoda antes de irnos, al sofá. Y allí parece estar roncando durante horas, porque cuando regresamos, a pesar de encontrarla en la puerta de casa recibiéndonos con cariño, si tocamos con la mano la parte del sofá donde ha estado, arde tanto que se podría freír un huevo allí mismo.
Ella sabe que lo sabemos y sigue haciéndolo. Pero tenemos una especie de acuerdo. Puede mancillar ese pequeño espacio, pero jamás en nuestra presencia. Es por eso que nunca hemos llegado a ver cómo lo hace.
Pero cuando estuvimos de vacaciones, Lula sí sufrió por fin un pilladón.
Estaba en otro entorno, otra ciudad, otra habitación... no había sofás, solo dos camas. En cuanto nos fuimos y se quedó allí, escogió rápidamente una de ellas para descansar plácidamente en su soledad.
Y esto ya pasaba de castaño oscuro. Dejamos una cámara de vídeo grabando para ver qué ocurría cuando nos íbamos de la habitación. Al regresar, comprobamos que la perra de ella no tardó ni un minuto en dirigirse a la puerta, ver que no se oía nada y tranquilamente ir a la cama y subir de un salto, donde estuvo quieta como una estatua a lo largo de toda la grabación.
Tres cosas diré para concluír este entrañable relato:
1. Todo esto no sirvió absolutamente para nada, ya que ella jamás sabrá que fue víctima de un pilladón del quince.
2. Imaginemos por un momento que al reproducir la grabación nos hubiéramos encontrado con que la señora de la limpieza o la recepcionista habían entrado en la habitación y habían estado, qué se yó, probándose mi ropa o duchándose en nuestro baño. Un fiestón, ¿eh?
3. Las fotos que hoy os enseño se realizaron allí, en la hostería donde nos alojamos. Mientras Lula, un poco más arriba, estaría haciendo lo que todos ya sabemos.
La hostería se llama Posada Las Viñas. Nos trataron muy bien y os la recomiendo si visitáis Noja. Además, nadie apareció en aquella grabación;)
Shorts: BLANCO
Camiseta: OYSHO
Sandalias: H&M
Bolso: MANGO